Garganta del Fraile

02/01/2021

datos técnicos y track

Distancia: 13,6 km

Tiempo estimado: 2 h 47 min

Punto de salida: Serradilla

Desnivel de ascenso: 346 m

Ciclabilidad: Si

Dificultad: Media

Época recomendada: Primavera-Otoño

Descripción de la Ruta

Iniciamos la marcha desde el Parque Sur y nos dirigimos hacia la señalética de la Garganta del Fraile SL-CC-44, un sendero local de corto recorrido que nos lleva todo recto por el Camino de Peñafalcón o de la Garganta, como vimos que lo llamaba un cartel.
Avanzando por un camino enmarcado con muros de piedra que sustentan y separan numerosas parcelas con cultivos de olivo (otea europea). Enseguida oteamos el Pico de Peñafalcón y el Cancho de la Cueva, señalando claramente el lugar al que nos dirigíamos. Más a lo lejos y a nuestra derecha se divisaba con toda claridad el Castillo de Monfragüe, marcando el inicio de la Sierra del mismo nombre y, junto a él, pero un poco más a la izquierda, el Salto del Gitano.
A unos 3,5 kilómetros de la salida, aproximadamente, llegamos al Mirador de la Portilla, desde el que podíamos contemplar, a nuestra izquierda la Sierra del Alambique y más a la izquierda aún la de Santa Catalina, a cuyos pies está Serradilla. De frente, a la derecha la Sierra de Peñafalcón y a la izquierda la Sierra de la Cueva y en medio de estas dos La Portilla, por donde cae el agua del Arroyo de la Garganta en un salto de algo más de 10 metros de altura.
En las inmediaciones de la garganta se hace más visible el bosque y matorral mediterráneo que cubre las laderas de la sierra: encinas (quercus ilex subsp. ballota), alcornoques (quercus suber), cornicabras (pistada terebinthus), acebuches (otea europaea var. sylvestris), jara (cistus ladanifer) … que pronto darán paso, ya en el cauce, a una vegetación ribereña de sauces (salix sp.), helechos (filicopsida), durillo (viburnum tinus), etc. Aquí aparece la magnífica estampa de la chorrera con la que la garganta supera la dura cuarcita de la Portilla. Pero quizá lo más espectacular sea la notable colonia de buitre leonado (gyps fulvus) y otras aves rupícolas que habitan estos cantiles, como el búho real (bubo bubo) o el roquero solitario (monticola solitarius). A partir del mirador comenzamos a ver buitres, con su pausado vuelo. Las vistas merecen la pena. Todo un espectáculo.
Comenzamos la bajada hacia el Molino del Puente, comenzó a sonar con fuerza el caudal del agua del Arroyo de la Garganta a nuestra izquierda que, un poco más abajo suma las suyas a las del Arroyo de las Viñas. El camino caracolea varias veces a izquierda y derecha para ir salvando, con suavidad, los 74 metros de desnivel que hay entre el Mirador y el Molino. En una de las curvas del camino me quedó a la vista el Molino y el Puente la vista, absolutamente preciosa y la foto, por supuesto imprescindible.
Desde el mismo punto del camino se divisaba ya la Garganta del Fraile y el salto del agua que, un poco más adelante íbamos a tener al alcance de la mano.
Al culminar la bajada y llegar al punto más bajo de todo el perfil de la Ruta, encontramos el precioso puente y el molino. Me llamó la atención el cartel colocado en el lugar que dice “La Puente”.
He tratado de buscar alguna referencia que me indicara la razón del femenino en la denominación. El diccionario de la Real Academia recoge hasta 15 significados distintos para la palabra “puente”, atribuyéndole, en todos los casos, género masculino. Solo he encontrado un breve estudio del ingeniero de caminos Josep M. Albaigès Olivart en el que, muy de pasada, se refiere a esta denominación en femenino (“La Puente”) indicando que, en la antigüedad, cada uno de los derivados de la palabra “puente” definía un tipo de puente distinto (pontón, puentecilla, puentezuela o pontezuela, pontana, pontanilla, ponto…) y dice que la mayoría de estas palabras, nacidas como simples matizaciones del primitivo concepto de puente, han acabado encajando en acepciones ingenieriles precisas. Señala que la expresión “la puente” en Chile otorga un matiz diferenciador al referirse a un puente pequeño.
Pues, en todo caso, el puente o la puente, junto con los restos del molino que se ubica a su lado, le dan al paraje una belleza extraordinaria o, al menos a mí, así me lo pareció. Y, como siempre en estos casos, no pude evitar evocar un recuerdo a la gente que atravesaba estos parajes y que sintió la necesidad de construir un puente, a la que lo construyó materialmente y a los que debieron juntarse cuando esta obra se inauguró. Cosas de viejos.
Junto al puente se unen los caudales de los arroyos de las Viñas y del Trasierra (o de la Garganta) que ya, fundidos, corren a verterse, unos cuatro kilómetros más abajo, en el Tajo. Son las aguas de éste último las que salva el tan repetido puente.
Unos metros más arriba el camino tiene un desvío a la derecha respecto al que un cartel nos indica que está prohibido el paso, por tratarse de zona de reserva de la biosfera.
Y en seguida, llegamos al merendero situado a los pies mismos de la cascada de la Garganta del Fraile, un salto de agua de unos diez metros de altura que cuando nosotros la visitamos tiraba un caudal considerable.
Por encima de nuestras cabezas, además del agua, una docena de buitres que anidan en las altas rocas del lugar. Un compañero senderista, más experto que yo en temas de la naturaleza, me explicó cómo distinguir, en vuelo, un águila de un buitre.
Aquí mismo tuvimos uno de los ratos jocosos de la jornada. El agua que caía de la cascada eran en tal cantidad que el paso franco que hay por debajo para superar el arroyo quedaba totalmente cubierto. Cerca de una cuarta de agua lo rebasaba.
La Garganta es, dentro de la Ruta, el punto más alejado de Serradilla, por lo que a partir de aquí comenzamos el regreso. Como la ruta es un poco corta, Miguel con buen criterio, había programado el regreso por una ruta alternativa a la que es habitual, con el único objeto de hacer la Ruta un poco más larga y atractiva. Por ello, a 1,5 kilómetros aproximadamente de la Garganta cogimos un estrecho sendero a nuestra derecha que, bordeando la Sierra de la Cueva, lleva al punto más alto de la misma, el Cancho de la Cueva.
Las vistas del Parque de Monfragüe desde este lugar son, sencillamente, una preciosidad, quedando Peñafalcón y la Portilla enfrente de nosotros y a nuestra izquierda. Merece la pena subir hasta aquí para deleitarse con el espectáculo.
Fuimos bordeando, por la umbría, la Sierra de la Cueva hasta llegar a la Caseta de Vigilancia de Santa Catalina, desde donde íbamos a haber bajado a Serradilla por la Cruz del Siglo y el Mirador de la Sierra. Pero decidimos retroceder unos metros hasta la confluencia con el Itinerario Marrón de Monfragüe para, desde allí y en kilómetro y medio, llegar a Serradilla.
La bajada hasta Serradilla fue vertiginosa, emocionante y divertida, todo a la vez. Llegamos al pueblo bajo la mirada atenta de unos caballos. A la entrada de Serradilla un antiguo aljibe con trazas árabes, rejas en la puerta, pero ningún panel informativo que nos explicara su historia, nos da la bienvenida.
Pasamos por el Santuario del Santísimo Cristo de la Victoria, que visitamos con tranquilidad después de comer, así como por la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción y dimos por terminada la ruta al llegar a la Plaza del Ayuntamiento.

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"Sólo salí a caminar y finalmente decidí quedarme afuera hasta la puesta del sol, porque descubrí que salir era realmente entrar."