El viaje hacia un sueño: de Plasencia a Santiago, pasando por la amistad
Una mañana clara y fresca, un grupo de amigos senderistas de Plasencia se reunió, llenos de ilusión y energía. Hoy no era un día cualquiera. Después de meses de preparativos y conversaciones llenas de risas, había llegado el momento de empezar una aventura única: el Camino de Santiago por la Geira y los Arrieros. Pero, para ellos, no empezaba solo al llegar a Braga, sino desde el mismo instante en que subían a la furgoneta. Con el equipaje lleno de más que ropa y botas, cargado de expectativas, libros, mapas, y la promesa de nuevos recuerdos, se pusieron en marcha.
El trayecto era largo, pero, como siempre, las horas en carretera se hacían más cortas entre amigos. Las anécdotas del colegio, los viajes juntos, y las pequeñas bromas que solo ellos entendían llenaban el aire, haciendo que los kilómetros pasaran volando. Habían decidido hacer una primera parada en La Pedresina, un área de servicio justo antes de cruzar la frontera con Portugal. Era una parada ya casi ritual para ellos en los viajes largos, un lugar que, más allá de la gasolina y el café, se había convertido en un punto de encuentro. Al bajarse de la furgoneta, estiraron las piernas y respiraron el aire fresco de la mañana, sintiendo cómo la emoción crecía. Era solo una parada, pero la ocasión se merecía un pequeño brindis con café y algún que otro tentempié. El aire del campo, mezclado con la risa compartida, les recordó que este camino no era solo hacia Santiago, sino también hacia ellos mismos, hacia esos lazos que se fortalecen en cada nueva aventura.
Allí, se tomó la primera de muchas fotos de grupo que inmortalizaría este viaje. “Este será nuestro camino”, decían, entre bromas y brindis con botellas de agua y refrescos, pero todos sabían que había un sentimiento más profundo detrás de esas palabras. El camino ya era suyo, incluso antes de dar el primer paso oficial en Braga.
Con el sol ya algo más bajo, pero aún cálido, retomaron la carretera hacia el norte, rumbo a tierras portuguesas. Braga les esperaba, como el punto de partida de un reto que iban a compartir, paso a paso. Sabían que el Camino de Santiago les traería días de esfuerzo, de silencio y reflexión, pero también momentos inolvidables de compañerismo, superación, y nuevas historias que contar en los cafés de Plasencia cuando todo hubiera terminado.
Después de un rato de descanso, retomaron la carretera con energías renovadas. El plan era parar en el área de servicio Colibrí, donde ya habían planeado hacer una buena pausa para comer, pero entre risas y distracciones, la charla fluida y las bromas de siempre, se lo pasaron sin darse cuenta. ¡Así son los mejores viajes, con el espíritu del momento!. No importaba. Con el buen humor intacto, decidieron detenerse más adelante, en una estación de servicio Galp, en el kilómetro 11 de la A3, ya en Portugal, cerca de Coronado, pasado Oporto. Aunque no era el Colibrí, aquel lugar se convirtió en el sitio perfecto para recargar fuerzas antes de llegar a Braga. Entre bocados y risas, el despiste anterior ya había quedado como una anécdota más de esas que se cuentan una y otra vez en futuros encuentros. Una parada no planeada, pero que, como todo en este viaje, tenía su propio encanto.
Al fin, con la tarde cayendo y el horizonte de Braga apareciendo, se sintieron más unidos que nunca. Estaban a punto de comenzar algo más que un viaje: estaban a punto de escribir juntos una nueva página de su historia, una de esas que se recuerdan siempre, como esos días perfectos que se quedan grabados para toda la vida.
Porque, al final, lo importante no era solo llegar a Santiago, sino disfrutar del camino con quienes lo hacían especial: los amigos.
Finalmente, al llegar a Braga, nos dirigimos a la HI Pousada de Juventude de Braga, donde se instalaron para pasar la noche. Tras dejar sus mochilas y acomodarse, decidieron aprovechar la tarde para visitar uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad: la Catedral de Braga. La majestuosidad del templo, con su arquitectura imponente y su atmósfera de recogimiento, les permitió sentir el espíritu de peregrinación que ya comenzaba a envolverlos. Caminando por sus naves y contemplando sus detalles, sintieron que, de alguna manera, el Camino ya estaba empezando a calar en ellos.
Tras la visita, buscaron un lugar cercano para cenar y reponer fuerzas para el comienzo del camino. El ambiente en la ciudad era acogedor, y se sentaron alrededor de la mesa para disfrutar de una buena comida portuguesa, conversando sobre el día que habían vivido y lo que les esperaba en los próximos días. La cena fue el broche perfecto para una jornada intensa y llena de emociones. Entre risas y reflexiones, sabían que ese viaje sería mucho más que un simple recorrido: sería una experiencia que los marcaría para siempre.
Cuando volvimos a la Pousada, el cansancio comenzaba a hacerse notar y hacer mella, pero la ilusión del día siguiente les mantenía despiertos. Sabían que al día siguiente empezarían oficialmente el Camino, y que cada paso sería una oportunidad de conocerse mejor, de fortalecer su amistad y de disfrutar de cada momento. Con esa certeza, se fueron a dormir, soñando ya con el Camino que se desplegaría ante ellos al amanecer.
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