A sabiendas de que en verano y en tierras castellanas no hay donde cobijarse de sol, realizamos varias programaciones fallidas antes de realizar la etapa—parecía manida—, unas veces por unos y otras por otros, el caso era que no veíamos el día de la partida.
Lejos del agobio de la nacional, serán de nuevo las pistas agrícolas las que guíen nuestros pasos. Caminaremos por la Tierra del Vino, aunque los viñedos se harán más patentes llegando a Villanueva de Campeán. Después de esta población, con la presencia visible pero aún lejana de Zamora, avanzaremos cómodamente hacia la ciudad del Duero, la Ocelo Duri romana.
Desde la calle Mayor, giramos a la izquierda, dejando a nuestra derecha la plaza Conde Retamoso, y tras pasar la iglesia de Santo Domingo de Guzmán, cruzamos el puente sobre el arroyo San Cristóbal. Atención, porque a escasos cincuenta metros hay que salir de la carretera y girar a la izquierda por una pista que nace junto a una chopera.
Se presentan así más de cinco kilómetros por pista, siempre flanqueados por el trazado de la vía del tren “Plasencia–Astorga” que avanza por nuestra derecha. Así, con la compañía de los raíles y de las señales oxidadas de «Ojo al tren, Paso sin guarda», calentamos motores. A los dos kilómetros del inicio de la pista nos recibirá un panel del Ayuntamiento de Corrales del Vino con la leyenda Siste Viator, un breve repaso a la historia de estas tierras que ahora pisamos. Tres kilómetros más adelante, pasados los cinco que anunciábamos, unas señales amarillas nos indican girar a la izquierda en un cruce, alejándonos definitivamente de la vía del tren. En cincuenta metros volveremos a desviarnos, esta vez por la pista de la derecha.
Continuamos sin interrupción por esta recta, surgida como tantas otras a consecuencia de la concentración parcelaria. A un kilómetro del último desvío veremos una granja de ovejas solitaria y un kilómetro más adelante harán acto de presencia algunas masas de pinos. El trazado comienza a descender suavemente, explorando un terreno donde se hace más patente la presencia de viñedos, y pasa junto a un miliario moderno con la inscripción «Vía de la Plata. Villanueva de Campeán». El camino de la derecha lleva hasta las ruinas del convento Franciscano del Soto. Siguiendo rectos continuamos la marcha. Alcanzaremos otro miliario similar y tras cruzar una carretera entraremos en Villanueva de Campeán.
Esta localidad, con albergue y bar donde reponer fuerzas, puede cruzarse con los ojos cerrados. Se atraviesa de sur a norte por la calle Calzada y, tras cruzar otra carreterita, se continúa otra vez por pista. Un último miliario despide nuestra marcha y en novecientos metros cruzamos sobre el arroyo de los Barrios. Nos espera algo más de media hora sin tener que preocuparnos por los cruces, ya que seguiremos rectos por la pista. Al fondo veremos el pueblo de San Marcial, pero, ojo, no llegaremos hasta él —aquí se han lucido los ingenieros al realizar el nuevo trazado del Camino de Santiago— porque la señalización hace inevitable su paso. Tenemos que desviarnos a la derecha en un cruce. Pasaremos en breve sobre un arroyo y de seguido giraremos de nuevo. Esta vez hacia la izquierda. Avanzando por esta nueva pista, con la vista de San Marcial a nuestra izquierda, cruzaremos otra pista y seguiremos recto por un camino que asciende hasta una loma. En el repecho se puede apreciar a la derecha la localidad de El Perdigón. Llegaremos así hasta una carretera desde donde podremos distinguir la ciudad de Zamora —alguno caminantes comienza a pagar ostensiblemente el esfuerzo nocturno—, aún distante 11 kilómetros.
Es la ZA-305 y por su arcén seguiremos durante un kilómetro, saliendo de ella por la izquierda antes de llegar al cruce de Tardobispo. Surge así un camino hundido entre los terrenos de labor que pasa en su recorrido junto a una granja y varios rediles, donde nos reciben los ladridos y balidos de sus «habitantes» y encontramos —dos bicigrinos Asturianos— de regreso a su tierra, después de haber recorrido media piel de toro —Gijón, Valencia, Sevilla y Gijón— nada calentando motores, siguiendo nuestro comino encontramos un hito en el camino que nos deja perplejos, una fundación denominada Ramos de Castro, (Alfonso Ramos de Castro), realiza un homenaje al I Encuentro entre Culturas en la Paz, en el Camino Jacobeo, en el hito podemos observar tres grandes moles de granitos —semejando lapidas— y un pozo justo en su centro que hace las funciones de receptor de piedras portadoras de promesas. Cuatrocientos metros más adelante hay que girar a la izquierda y en unos cientos de metros a la derecha. Tras una recta de casi un kilómetro se cruza el arroyo del Perdigón y se continúa por la pista de la derecha, haciéndose más patente las penalidades físicas de algunos acompañantes —Samuel—, dicho sea de paso, no ha dormido nada por asistir a la subida nocturna del Pitolero. Ya se puede ver el trazado del ferrocarril y de nuevo la señales en aspa de precaución. La pista nos lleva a cruzar una carretera que lleva al polígono industrial de nuestra izquierda, pero nosotros seguimos rectos tras este cruce mal señalizado y continuamos por un tramo desdibujado que lleva hasta unas naves agrícolas. Enfrente de ellas, señalizada desde más atrás, se encuentra la casa de Luz Monje, enamorada del Camino que ofrece conversación, bocadillos, café y bebidas a los peregrinos. Pasamos junto a unas casas, una de las cuales lleva por nombre La Sierna, y al frente ya tenemos Zamora casi a nuestros pies, sin ser conscientes de que estamos en Zamora, nos quedamos sorprendidos al oír voces con nuestros nombres, aun extrañados, volvemos a oír la voz de Gerardo, llamando como un poseso a voces a Miguel y a sus acompañantes desde la otra orilla, siendo respondido con voz pastoril por este y sus acompañantes, saliendo en sus caras unas sonrisas y muecas de extrañeza. Dejamos a un lado una fábrica de hormigones, cruzamos la carretera y descendemos por la calle de Fermoselle, avanzando ya en paralelo a la orilla del río Duero. Aún se mantienen, volteados y luchando contra la corriente, algunos restos del puente viejo. Nosotros salvamos su cauce por el puente medieval y entramos en Zamora, la romana Ocelo Duri, por la calle del Puente. Seguimos hasta la plaza Santa Lucía, donde se encuentra la iglesia del mismo nombre y el museo provincial y subimos por la cuesta de San Cipriano. Por esta parte veremos una gran fachada de tres pisos en color tostado, nos dirigimos a su Catedral, donde sellamos y realizamos un recorrido por su centro histórico hacia la parte nueva de la ciudad, concretamente a la estación de autobuses para regresar todos al Cubo de la Tierra del vino a por el coche para regresar a tierras extremeñas.
Está situada en la falda del cerro de La Esculca.
La vieja ciudad se asienta en una gran peña que domina el río Duero y es esa inmejorable situación la que hace suponerla fundada en tiempos remotos. Zamora es la Ciudad-Museo del Románico. El casco antiguo alberga una veintena de iglesias de este estilo arquitectónico, de las que aproximadamente la mitad conservan su estructura primitiva casi íntegramente.
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