CAMINO DE LAREDO - Etapa 3

ENCINARES - AREVALILLO

08/03/2015

Descripción de la Etapa

Comenzamos la jornada con bajas no previstas, la propia de Charo y Pérez que se cayeron el sábado y las inesperadas de “Los Mellis” (Federico y Pedro Díaz Castro) por falta de entendimiento, y la de Samuel, ya esperada, por la celebración “Calixtera” (exalumnos Colegio San Calixto), pero con la misma ilusión que un niño chico, previendo el día que nos esperaba. Partimos rumbo a Salamanca, tomando la carretera de El Barco a la altura de Béjar, pasando por Becedas (Ávila). Ya en Barco de Ávila, pasamos de tomar café —por descuido de alguno— tomando la carretera de La Horcajada (Ávila), paramos en la postal turística braguetera easotarra de Encinares para comenzar nuestra ruta. Sabemos que tenemos 3 Km. de carretera hasta la localidad de La Horcajada donde perderemos el asfalto de vista. Al igual que en la etapa anterior volvemos a encontrarnos con un inmenso encinar a ambos lados de la carretera hasta La Horcajada. Aquí como posesos buscamos un bar para desayunar, pero no tenemos suerte y no encontramos nada abierto, así que cruzamos el pueblo, donde encontramos algún lugareño que nos indica el mismo camino que nosotros llevamos como track y nos hablan del puente romano, Puente de la Fonseca —poniendo dientes largos a algunos— y de un camino con un molino precioso, —camino de los Molinos y de la Fonseca o del Hocino—, con estas prebendas y ansiosos de vivir el camino avanzamos hasta el final del pueblo donde tomamos el mencionado camino de La Fonseca o del Hocino delante de la ermita Concepción.

Nada más comenzar divisamos unas marcas que nos llaman la atención (flecha amarilla como la del camino de Santiago y cruz de Malta en burdeos o roja) que nos van guiando durante el camino con el interrogante por nuestra parte —¿Qué será? ¿Qué indicará? ¿…? ¡Sorpresa!—
Volvemos a la ermita de la Concepción, al final de la Horcajada. Tomando la calle de las Cabreras (la que queda justo antes de la ermita), a unos 200 m. veremos una bifurcación en la que optaremos por la de la derecha. Al poco desaparece el cemento que da paso a una pista muy marcada en ascenso. Posteriormente llanearemos un buen tramo entre dehesas de encinas por una clara y ancha pista flanqueada a los lados por paredes de piedra ancestrales, preguntándonos si las pusieron vascos, pues posee grandes piedras. Saldrán varios caminos y pistas a ambos lados, pero no nos desviaremos de la dirección que llevamos, directamente al río, sin abandonar esta recta pista llamada del Molino de Fonseca.

En el km. 3, todo desde La Horcajada, trazaremos unas pequeñas curvas y 100 metros más adelante, ya en bajada, aparecen dos opciones. La primera, de frente, que baja directamente al río junto a una pared de piedra por la que optamos nosotros y nos hace regresar a la otra opción por la que se encamina hacia la izquierda descendiendo. Otros 100 metros más adelante veremos al otro lado del río Corneja las ruinas de dos edificios. En este punto no proseguimos por una buena pista que faldea la ladera hacia la izquierda, sino que enfilaremos directamente hacia los restos del molino de Fonseca por un senderillo que desciende. Llegamos en el km. 3,3 al puente de la Fonseca.

El Hocino, tal como se llama a la zona del molino de la Fonseca, es un lugar poco conocido fuera de la zona y con un especial interés, puesto que posee características casi mágicas, al desaparecer el río Corneja entre bloques de granito y volver a aparecer más abajo. El puente de piedra y los molinos abandonados, así como los paisajes de ribera nos harán disfrutar en cualquier época del año. Del río Corneja hacia el sur estaremos entre dehesas de grandes encinas, y hacia el norte del mismo río el paisaje tendrá menos vegetación con prados y bosque de ribera. Podemos ver en esa zona varias norias, algunas medianamente conservadas. Es una ruta que discurre por buenas pistas, con poco desnivel y sencilla de realizar.

Se trata de un lugar muy interesante por varios motivos. En primer lugar, el mismo puente de piedra de altura considerable se conserva en buen estado y es curioso cómo tiene su apoyo central en una gran roca. En segundo lugar, es destacable la abundancia de molinos de la zona, muchos ya en ruinas, aunque aún pueden verse algunas partes de las edificaciones e incluso la estructura y alguna piedra de moler. En tercer lugar, merece la pena visitar el Hocino, lugar casi mágico en el que el río Corneja desaparece para reaparecer a una centena de metros. Para verlo, antes de cruzar el puente faldearemos cerca de la orilla unos 200 m. por pequeños senderos aguas abajo hasta divisar un caos de grandes bloques donde el agua parece ser bebida por las piedras. Si avanzamos por la ladera otro centenar de metros aproximadamente, estaremos en el lugar de brote, donde se observará cómo surge el agua desde abajo formándose un gran charco. Hay que tener cuidado con las caídas en esta zona de grandes bloques, sobre todo si el terreno está mojado. El fenómeno es singular sobre todo si pensamos que nos encontramos en una zona granítica, por lo que escasean las simas, cuevas y cavidades.

Estamos ya en el Puente de La Fonseca. Este sorprendente puente de dos ojos permite cruzar el cada vez más pronunciado encajamiento del Corneja. Su traza sigue la tan arraigada tradición constructiva de los puentes de mampostería de piedra, con arcos de medio punto por aproximación, y diferentes añadidos y mejoras a lo largo del tiempo. Resulta audaz el apoyo de su pila sobre una gran roca central. Este cruce fue muy estratégico durante mucho tiempo para el tráfico de caballerías y por su relevancia productiva: estamos en el tramo más “maquilero” (persona encargada de cobrar o controlar la exactitud de las maquilas, o ración de grano, que correspondían a los molineros) de todo el río, donde llegó a haber hasta cinco molinos, aparte de otros usos agroganaderos. El encajamiento del río es aún más evidente unas decenas de metros más allá, en lo propiamente llamado El Hocino. Allí, quizás por un terremoto que depositara las enormes rocas de los montes en el fondo del valle, el río “desaparece” y discurre por debajo y entre ellas, por los espacios que ha ido encontrando.

Una vez hecha la visita al Hocino proseguimos nuestra ruta desde el km. 3,3 siguiendo el camino que queda de frente al cruzar el puente. Girará a la derecha y discurrirá paralelo al río en dirección contraria a la corriente. Los chopos, alisos, fresnos, majuelos, “bardagueras” (sauce, salix)… son una pantalla que bordea el cauce y la separa del monte de encinas que ocupará la práctica totalidad del horizonte. Una cruz-humilladero y algunos restos de construcciones y canalizaciones agrarias, amenizarán nuestros primeros cientos de metros. Cogeremos una pista a la izquierda que nos llevará a la localidad de Villar de Corneja (Ávila) la cual nos recibe en su cordel con una gran fuente (Fuente de los Barreros) donde nos refrescamos, continuando nuestro camino pensando en hacer las once ante una gran cerveza en algún ventorro del pueblo y a la misma entrada nos dan la mala noticia de que está cerrado el bar. Ni cortos ni perezosos y ante un gran parque con merendero y todo, descargamos nuestras mochilas y sacamos nuestros enseres culinarios y procedemos a degustar los manjares —¡Nada! como diría alguno, unas molestias— Inmersos en las once nos acordamos de los que faltan (Samuel, Pedro, Fede, Charo y Pérez) y llamamos a la logística para saber dónde anda y despertamos a alguno de su sueño sin ser consciente aun de donde se encuentra.

Retomamos el camino después de hablar con unos lugareños que nos indican que el camino da bastantes vueltas y que nos podemos perder, aunque tenemos Santa María del Berrocal en el horizonte y con el letrero junto a nosotros de 5,5 km. hasta ella, así que tomamos la carretera, pasando a ser el paisaje bastante diferente, totalmente despoblado de vegetación, propio de una zona cerealista en una vega, como tal, primeramente, desciende y luego asciende el camino. Ya a la entrada de Santa María de Berrocal (Ávila), divisamos una pista que nos indica cual será nuestra próxima dificultad, una pequeña ascensión después de la localidad. Como somos muy bien mandados y llegamos a la hora de las cañas, decidimos tomar algo para celebrar el día de la mujer trabajadora, —con la grata sorpresa del cumpleaños de Solé—, la cual nos invita unas cañas a las que no hacemos el feo. Aquí volvemos a preguntar a los abuelos sentados en la plaza del pueblo y nos confirman el camino.

Ya regados con unas cervezas, retomamos el camino y salimos en dirección al cementerio por la ruta de los lavaderos (PRC AV-58). Salimos desde la plaza de Santa María del Berrocal donde se ha instalado un poste de indicación de dirección, que nos guía hacia la salida del pueblo, allí se encuentra el panel informativo en el que se describe el sendero. Más adelante se llega a una bifurcación en la que aparece un poste de indicación de camino con dos direcciones. Una de las direcciones señala el camino a seguir para dirigirse al lavadero Fuente Merina y la otra, la ruta que se debe tomar una vez se ha ido y vuelto desde Fuente Merina. Por la primera se llega a Las Lanchas, así denominadas por tratarse de grandes lanchas de granito y junto a ellas nos encontramos el lavadero de la ruta, como decimos, conocido como Fuente Merina, en el que se lavaba la lana de las ovejas merinas para su posterior hilado.

Este lavadero, que se señaliza con un poste indicador de ubicación, consta de tres pilares de forma rectangular que se comunican entre sí, el primero es el receptor del agua del manantial y los dos últimos están destinados al lavado de las prendas. Aunque su construcción data de 1956, desde tiempo antes, las lavanderas acudían a este lugar porque en él el arroyo Chico o de San Antón formaba una pequeña balsa o poza, muy apropiada para el lavado, y las cercanas Lanchas constituían el lugar idóneo para el secado de la ropa o la lana. Nosotros continuamos nuestro camino dirección a El Mirón, con su castillo como atalaya, ascendemos alcanzando la máxima cota de 1.274 msnm, oteando el Castillo y el pueblo a lo lejos. Antes de llegar nos paramos en una fuente y nos refrescamos. Al llegar a El Mirón (Ávila), Rufino decide subir a ver el castillo mientras nosotros continuamos nuestro camino.

El Castillo de El Mirón (Ávila), también conocido como de Los Moros, está situado en la localidad del mismo nombre, ocupando las últimas estribaciones de una cadena montañosa de pequeña relevancia que en sentido este-oeste va desde la Sierra de Ávila y la Serrota hacia el Tormes, delimitando el valle del río Corneja y la tierra de Piedrahita. Es posiblemente el más desconocido de los castillos abulenses y por eso merece estar aquí reseñado.
Como si de un mojón delimitador se tratara (tiene un vértice geodésico en su interior), o un faro, se puede observar nítidamente el cerro de El Berrueco, importante yacimiento arqueológico prerromano, y poblaciones como Piedrahita al sur; Barco de Ávila al oeste y la sierra de Peña Negra, el puerto de Villatoro y la Serrota al este; y el valle del Tormes hacia Salamanca en dirección noroeste. El cerro de Cabezas Altas (Ávila) donde también se han encontrado restos prerromanos está al suroeste, tras el que estaría ya las altas cumbres de Gredos. No es de extrañar pues que tenga ese nombre castellano de El Mirón esta zona, pues se dice que en días claros se puede ver hasta Salamanca.

Subir al cerro te da la sensación de estar en una atalaya que vigilara los movimientos hostiles desde el norte (si nos imaginásemos vetones o musulmanes) y de control del valle del Corneja y el paso de la vía del puerto de Villatoro entre Ávila y Plasencia (si fuésemos castellanos del señorío de Valdecorneja por poner un onírico ejemplo), dehesas rodeadas de montañas y cruzadas por ríos.

Ha sido rehabilitada su muralla con mayor o menor fortuna estética en algunos puntos, consolidando sus muros. El pueblo queda a sus pies, en la ladera norte, con una preciosa iglesia y picota (o rollo) dignos también de visitar. Las primeras catas han dado con material que se remonta a la época romana e incluso anterior, siendo el resto casi todo medieval. De los pocos datos históricos con los que me he topado, decir que data de los siglos XI-XII hasta el XV y que según otros fue fundado por Alfonso X, y que de lo excavado se intuye una iglesia posiblemente visigoda.

Proseguimos el camino, pasando El Mirón, seguimos la calle a la derecha y estamos en descenso a la salida del pueblo, donde nos encontramos a un lugareño cogiendo agua en la fuente del parque indicándonos el camino y aconsejándonos la carretera, mientras otros fotografiamos un viejo camión Ebro. Faltan los 7 últimos km. de la etapa, ya algo cansados, cogemos el camino en continuo descenso hacia el arroyo de Navalengua. Las indicaciones dadas nos dividen el camino ante una gran cruz, pero nuestro track nos marca una bifurcación antes y sin perder cota, paralelo a la carretera, siendo al parecer más corto y bueno, tras varias indecisiones con el GPS vamos por nuestro track con alguna que otra duda, encontrándonos un nuevo camino que nos desorienta y nos confunde haciéndonos regresar más adelante al camino originario, pero eso sí, acortando distancia, aunque con alguna que otra dificultad al tener que saltar alguna que otra valla o pared de prados cercanos al pueblo, teniendo que rodearlos por ganado y sobre todo agua que anega los prados. Ya otra vez en el camino nos adentramos en Aldealabad del Mirón (Ávila), el cual nos recibe con su ruinosa iglesia y su bonita torre erigida aun en pie, aunque eso sí abandonada al destino. Cruzamos el pueblo sabiendo que nos quedan 3 km. para el destino final. Hablamos con nuestra logística confirmando la distancia y preparando la llegada a Arevalillo, donde degustaremos nuestras viandas para reponer fuerzas y regresar a Plasencia, ya en Arevalillo (Ávila), pidiendo permiso sacamos nuestras viandas en el único bar del pueblo y comemos, recordando el anecdotario del día y la falta de algunos integrantes ante unas “mahouses” donde damos por concluida la jornada.

Regresamos a Encinares a por los vehículos, desde donde regresan ya Solé, Rufino, María Jesús y Carlos, mientras Miguel regresa a por David y Julián quedando en el Sirimiri a tomar una cerveza como no podía ser de otra manera para concluir la jornada.

Que ver...

  • La Horcajada (Ávila)

    En La Horcajada habla el pasado en sus casas blasonadas, sus Ermitas y su gran Iglesia, que esconde interesantes retablos y un sepulcro renacentista de Barrientos. Siempre a tiro de piedra, se encuentran Hoyorredondo, donde se pueden admirar y adquirir artesanales sombreros de paja, y Villar de Corneja. Fue una de las villas de Valdecorneja que Alfonso X donó en 1254 a su hermano el infante Felipe. En 1304 Fernando IV se la entregó a don Alfonso de la Cerda y en 1330 Alfonso XI a su camarero Fernando Rodríguez. Al año siguiente se volvió a reintegrar en el señorío de Valdecorneja, que sería entregado después a los Álvarez de Toledo, que la mantendrían bajo su poder hasta el siglo XIX. Desde finales del siglo XV, en virtud de la concordia firmada en 1492 entre Fadrique Álvarez de Toledo, segundo duque de Alba, y su hermano García Álvarez de Toledo, La Horcajada pasó a ser mayorazgo de éste y de sus sucesores que lo mantuvieron hasta el siglo XVII, en que por falta de sucesión volvió a integrarse en los estados de la Casa de Alba. Como consecuencia de su historia, el casco urbano conserva un valioso conjunto arquitectónico civil y eclesiástico en que destacan la iglesia parroquial y las ermitas y varias casas blasonadas, como el palacio de los Barrientos o la casa del licenciado Francisco Martínez, así como valiosas muestras de arquitectura popular.

  • Villar de Corneja (Ávila)

    Villar de Corneja, uno de esos pueblos anónimos que va consiguiendo sobrevivir el paso del tiempo gracias a su situación sobre una de las principales carreteras de la comarca. Situado en una pequeña elevación sobre los vados del río, su traza urbana, en forma de pueblo-calle, se debe precisamente a haber crecido en torno al camino histórico que comunicaba Piedrahita con el Puente del Congosto, y en más alto rango, en el corredor entre Béjar y Ávila. Un breve paseo hacia su iglesia por su humilde arquitectura popular, sirve para concebir los rigores de la vida en estas tierras.

  • Santa María de Berrocal (Ávila)

    Santa María del Berrocal es un pequeño pueblo castellano (Ávila), se encuentra en el valle del Corneja, entre la vega del río y las laderas de los montes cubiertos de berrocales y encinas que protegen al pueblo de los vientos del norte. Aldea de origen medieval, quedó integrada en los términos de El Mirón, una de las cuatro villas del señorío de Valdecorneja que fue entregado a diferentes miembros de la familia real hasta que cayó en poder de los Álvarez de Toledo, titulares de la Casa de Alba, a los que Santa María del Berrocal permaneció ligada hasta el siglo XIX. Sólo unos cuantos artesanos se especializaron en las operaciones finales de la elaboración de paños y aún queda en el pueblo algún viejo telar que en otro tiempo sirvió para tejer gruesas mantas de inmejorable calidad. Sin embargo, el sector textil marcaría después la vida de muchos de los habitantes del pueblo. Durante los siglos XIX y XX cuando las carreteras ampliaron el radio de acción de los antiguos arrieros, muchos vecinos de Berrocal se lanzaron al mundo a comprar y vender paños por todas partes. Eran los pañeros de Berrocal, que hicieron que se conociera al pueblo con el nombre de Berrocal de los Pañeros, famoso en toda España.

  • El Mirón (Ávila)

    El Mirón está situado al oeste de la provincia de Ávila, en un promontorio que domina por el sur el valle del Corneja y se abre por el norte hacia las tierras llanas de Salamanca. El Mirón está ubicado al lado de un gran peñón granítico que constituye una atalaya perfecta para contemplar, por un lado, el valle del Corneja y, por el otro, más lejano, el bajo Tormes. El pueblo fue una de las villas que constituían hasta el siglo XIX el señorío de Valdecorneja y que fue entregada por el rey Alfonso X en 1254 a su hermano el infante Felipe. En 1304 Fernando IV se la entregó a don Alfonso de la Cerda y pasaría después a ser posesión de los Álvarez de Toledo, que la conservaron hasta la disolución del señorío. El pueblo conserva algunas muestras interesantes de arquitectura popular y en sus inmediaciones se encuentran los restos del despoblado de Naharros y de la ermita de Nuestra Señora de las Callejas, existente hasta el siglo XVIII. El castillo de los Moros y la iglesia parroquial son testigos de una larga e interesante historia.

  • Aldealabad del Mirón (Ávila)

    No hay noticias antes del siglo XVI. Pero a partir de este siglo se sabe que tenía 15 vecinos al igual que el pueblo más próximo Naharra, hoy desaparecido. También se sabe que el Emperador Carlos V en su último viaje 1556 de paso hacia el monasterio de Yuste, donde murió, pasó por Aldealabad del Mirón el 8 de noviembre. En 1842 tenía una población de 80 habitantes. En 1900 llegó a tener 300 habitantes. En 1920 desaparece como municipio y se integra en el municipio de El Mirón. Después de varios intentos fracasados para gestionar sus presupuestos de manera independiente como ha sucedido en otros municipios vecinos no se consigue, lo que trae consigo un deterioro progresivo por falta de inversiones y equipamientos sociales. Por la localidad discurre una vía pecuaria de primer orden y conocida en toda la zona: es el llamado Cordel de Extremadura a Santander (Cañada Real Soriana Occidental), que une tierras oliventinas de Valverde de Leganés (Badajoz) con los pastos del Burgo de Osma y de los Cameros (Soria).

  • Arevalillo (Ávila)

    Arevalillo es un pueblo situado al oeste de la provincia de Ávila, en el límite con la provincia de Salamanca. Aldea de origen medieval, citada documentalmente por primera vez en 1250, logró mantenerse al margen de las presiones señoriales y siempre fue lugar del rey. Hasta el siglo XIX dependió directamente de la jurisdicción del concejo de Ávila formando parte del sexmo de Serrezuela, uno de los siete sexmos en que, a efectos políticos, administrativos y fiscales, estaba dividida la tierra de Ávila. Sus habitantes se dedican principalmente a la agricultura y a la ganadería.

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Persigo la felicidad y la montaña responde a mi búsqueda.