Este es el tramo más largo, —entre dos municipios—, que nos encontramos en la Ruta de las Historias. Nos separan más de 23 kilómetros desde Arrolobos hasta Riomalo de Abajo si vamos por la pista. Los caminos tradicionales, si bien hemos constatado en mapas históricos anteriores que ya hemos mencionado en la primera etapa, —anteriores a 1950— que existían y eran transitados, como también nos han confirmado los informantes, en la actualidad están totalmente perdidos.
Recuperar parte del sendero original, en concreto el que parte de Casas Helechoso, hasta unirlo con la Vera de Pescadores supondría acortar este trayecto en casi 8 kilómetros.
Somos conscientes de la dificultad y de que, si se llevan a cabo estas mejoras, probablemente surgirán imprevistos a los que habrá que dar solución: Pasarelas para pasos de regatos, asentamiento de tierras y cunetas, …
Si el camino pasa por Casas del Helechoso, sería necesario, al menos, consolidar las paredes de estas edificaciones, para que no represente un riesgo para los caminantes.
Salimos de Arrolobos asentado plácidamente en un bucólico remanso del río Hurdano, afluente del Alagón, por la calle del Olivar paralelos al camino del cementerio en dirección Noreste hacia los arroyos Chorrerón y Los Gansinos, cruzamos estos arroyos y sus respectivos barrancos. El camino sigue horizontal pegado a la ladera y adaptándose a las entrantes y salientes del terreno, seguimos nuestro camino hacia Casas del Helechoso en el arroyo del mismo nombre, pero antes pasaremos el arroyo Arroliendres, a la altura de la alquería despoblada de Arrofranco, antiguo asentamiento pastoril al otro lado de río.
Tras un largo y cómodo paseo se ve un estanque para provisión de agua en caso de incendio cerca del arroyo Hormigosa.
El camino se ciñe a los pliegues y recodos de la montaña; tras cruzar un cortafuego y pasar por varios rincones donde se adivina por el ligero murmullo una pequeña corriente que baja al río, el caminante, ya sin temor a ser molestado, llega hasta la cota culminante de la ruta que trascurre pegada a la ladera de la Sierra del Cordón, en la zona denominada Castañar de Matazara, sin grandes altibajos.
El caminante hace un alto en el camino y descansa mientras contempla el relajante paisaje. El zumbido de las abejas libando la flor de la jara me trae el olor del ládano que se mezcla con el romero y la resina. Un águila pescadora vuela majestuosa avizorando alguna agitación en las tranquilas curvas azules del río. Una estela de humo asciende amenazante desde un punto al otro lado de las sierras. Pero no se puede demorar porque espera una larga caminata.
Seguimos nuestro camino por la verea de los pescadores que baja hasta el río. La pista ya de tierra va perdiendo altura hasta que se divisa el meandro que dibuja el río Alagón. Se trata del meandro del Melero, atractivo para los vecinos y visitantes de la zona.
El meandro Melero es un símbolo de Las Hurdes; tal vez, el icono más conocido de la comarca, aunque no el más representativo del paisaje hurdano. Esta curiosidad se suma a otras no menos singulares. La más notoria, que, siendo un accidente provocado por las tierras salmantinas, se identifica con la comarca extremeña.
Asomarnos a El Melero teniendo al fondo la sierra de Béjar es una de las actividades obligadas para los visitantes del norte de nuestra provincia.
Es un lugar que no solo invita a la contemplación. También podemos participar de descensos en canoa o catamarán, de la pesca o del avistamiento de aves. El mirador nos ofrece una amplia panorámica sobre el río y las sierras que lo rodean, siendo un lugar perfecto para observar aves como la cigüeña negra, el buitre negro y leonado, el águila calzada o el águila culebrera.
Con un poco de suerte podemos ver ciervos alimentándose en las orillas del río, especialmente al atardecer. También es interesante visitar en los alrededores las alquerías despobladas de Arrofranco o Martinebrón, lugares ideales a los que acudir en la época de la berrea.
La comarca de las Hurdes es siempre un lugar en el que la naturaleza y el hombre han sabido caminar a un mismo ritmo. Si además facilitan imágenes como las de este meandro, grabarán una huella importante en la memoria del visitante.
Por la bajada el autóctono encinar va siendo desplazado por el pino foráneo hasta comerle el terreno. Los colores de los brezos, jaras y cantuesos se combinan en armonía con el canto de los jilgueros, mirlos, carboneros, oropéndolas y pinzones.
Seguiremos en descenso una senda paralela al río Alagón hasta la desembocadura del río Ladrillar, pero antes iremos al mirador de La Antigua para terminar nuestro periplo en Riomalo de Abajo.
Las Hurdes viven en parte gracias al turismo, pero apenas se toman medidas para favorecer la permanencia o instalación de población allí. Sus paisajes de cuento, su silencio y su historia de lucha no pueden competir con la vida práctica de la ciudad.
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